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Día 24. Escribile a alguien que ya no está

Querida Adriana R.:

El día que dijiste basta, estudiaba para el final de Griego. Me acuerdo de estar en mi escritorio, con la pila de apuntes, el diccionario y la lista de textos conocidos. Pleno invierno, veintipico de julio, soleado, el calorcito entraba por la ventana, afuera hacía frío. Estaba con remera de manga larga y mi chaleco de entrecasa. Me sonó el celular y era Chuli, hace años que no hablaba con ella. Me cuenta que ya está, que te habías muerto. Lo esperaba y a la vez no sabía cuánto me iba a pesar tu retirada. Corté y abrí el mail de Hotmail, donde me llegan aún los mails del colegio: ahí estaba el aviso oficial. Se había terminado tu horrible enfermedad, misa mañana, duelo, dolor.

Desde ese momento hasta hoy, pasó mucho, porque pasa la vida, y la vida trae cosas nuevas, siempre. La gracia está en la capacidad para sintonizar y sumergirse en lo nuevo. Es mentira que la rutina sea siempre igual, que hay que contar los días para llegar a las vacaciones, que todo lo que hay entre los recesos es un embole. No. Te decía, tantas cosas en estos años. Amor: encaré muchas veces, invité a tomar vinos, a veces fui rechazada, otras no y la pasé bien, nunca mal del todo, a veces me incomodé, como cuando visité la casa de un acumulador compulsivo que tenía la puerta de un auto en el medio del living de su casa. Pero eso es un tema aparte. Amo.

Viví más de veinte tormentas, entre las de verano e invierno, vi cincuenta películas, descubrí a Almodóvar y al cine polaco (aunque el cine argentino me sigue dando un placer que ningún otro me provoca), atravesé victoriosa demasiados domingos melancólicos, dudé diez veces si hacerme un tatuaje, caminé en el borde de la primavera, lloré, reí hasta que me dolió la panza y se me desencajaron las costillas, fui a más de trescientas sesiones de terapia, desmenucé sueños, olvidé muchos de esos sueños, menstrué unas ochenta veces, me hice cuatro tests de embarazo, me asusté, tuve miedo, respiré profundo y seguí. En el 2016 empecé a ver series, algunas las dejé, la mayoría las terminé. Volví al colegio, de visita, a hacer las prácticas, a la cena, a la cuadra, al barrio, y en el medio de todo eso, de vez en cuando, releí el mail que me habías mandado, en el que te comparabas con Edipo ante el oráculo y me explicabas cómo habías desafiado pronósticos y habías logrado y decidido tener una vida feliz.

Hacia allá voy, aunque ya estoy, porque desde que leí ese mail lo tuve siempre como un subtexto, como una prioridad, el de ir de la mano con la literatura y la vida, ambas, que fueran una sola cosa, la vida literaria, y la literatura viva, en vida, no dos canaletas separadas, una misma cosa, vivir la vida de manera poética, y acá estoy, sacándole el jugo a cada instante y siendo feliz, aunque a veces cueste, a pesar de todo.

Gracias,

Soledad

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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