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Escribir, un desvío fuera de control

Arrojarme al desvío

En la misma conferencia de Martín Kohan de la que ya hablé en un ensayo anterior, el escritor y docente se explaya en esa característica de la escritura que consiste en empezar y no saber a dónde va a llevarte. En teoría parece algo obvio, pero lo obvio es interesante explorarlo, justamente a causa de su aparente obviedad. Proponemos llamar “poder de desvío” a esa característica del acto de escribir: el yo propone, plantea y planea y la escritura se arroja y rearma. Creo que en ninguna otra instancia de mi vida me encuentro con el desvío en un mano a mano tan intenso como en el acto de escribir.

Y ni que hablar en el presente que estamos atravesando. Desde fines de marzo, no hay mucho lugar para la deriva cotidiana, por decirlo de algún modo. No podemos tomar un bondi y bajarnos en una parada equis, no puedo combinar tres veces de subte para terminar en una esquina de Uspallata y Luzuriaga que me gusta mucho, no puedo caminar de noche por Corrientes y, entrecerrando los ojos, entrar en una librería al azar.

Ahora nuestras rutinas están más o menos supervisadas. ¿Ahora? ¿O siempre? Creo que el punto es otro, y acá mismo ya estoy experimentando en primera persona lo que recordaba que dijo Kohan acerca del desvío en la escritura. Me proponía decir una cosa (algo que tenía en mente, una idea que convivía flotante entre la muchedumbre de otras ideas que encallan en mis orillas) y con el paso del tecleo me di cuenta de que esa idea era errada, o no sé si errada… mejor aún, creo que lo que sucedió es que al escribirla, se topó con otras ideas que estaban ahí, acechando. Sin la escritura, la idea A (para llamarla de algún modo) irradiaba, siempre en diálogo con otras, sí, pero no en tan activo diálogo, no sé si me explico. Digamos A que estaba suelta y sola, gloriosa en su silencio, en diálogo mudo con las otras, sin nadie que la contradijera.

Es al pasarla por escrito cuando su materialización hace tintinear otras ideas con cuyo cableado se conecta. La presencia de A les hace ruido a las otras, ideas B, P, Q, T o X saltan y quieren alzarse en toda su constitución, ser también ellas ideas consideradas en la balanza desequilibrada de la polifonía mental.

Así es como A es desterrada del ensayo, el rumbo de este escrito se tuerce, y lo que iba a decir originariamente deviene otra cosa. Ese desliz es producto de la escritura misma, esta es performativa no solo en tanto instala algo en el mundo que antes no existía, sino en tanto transforma al que la practica.

Una torsión

Entonces, hagamos la radiografía del recorrido, planteemos qué iba a decir cuando la primera idea se topó con una segunda que le trompeó las letras hasta dejarla descolocada.

La propuesta A buscaba plantear que hoy en día, desde fines de marzo, nuestra vida está (mucho más) supervisada y direccionada (que antes). Decía que los azares cotidianos urbanos están vedados, que no hay lugar para las recorridas inesperadas por la ciudad, para las sorpresas. ¿Pero – acá entra la segunda idea- esto es solo de ahora? Idea B objeta: esta falta de azar no es de ahora, la vida de la gran mayoría de la sociedad urbana ya sufría desde hace tiempo una parálisis galopante y lo que vino a hacer la pandemia es descamar ese entumecimiento y dejarlo en carne viva. Latente.

¿Es así? ¿Es A o B? ¿Por qué debe ser una o la otra? ¿No puede ser ambas? ¿O un “depende”? La repetición cohesiona la vida. La rutina es necesaria, lo sabemos. El tema es que, en la “normalidad” previa al virus, esa repetición era más fácil de enmascarar. Mi padrino me decía hace dos semanas por teléfono: “En la rutina normal, voy a mi oficina, laburo con la computadora, después me cruzo a otra oficina, tengo una reunión, a veces me toca viajar a otra ciudad del interior, tengo otra reunión… es lo mismo pero con la apariencia de la variación, del cambio de escenografía. Ayer tuve cinco reuniones por Zoom. Desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde, no me moví de mi silla”. El no me moví de mi silla es lo que espanta. Desde ese puesto fijo, desde este “domingo de la vida”* que estamos viviendo, desde la quietud de este cuatrimestre que parece nunca termina de comenzar, evidenciamos de manera clara la repetición en la que se basaba nuestra ya antigua normalidad. Recordamos hacia atrás prácticas cotidianas como ir al trabajo, comprar, hacer deporte, reunirnos y nos percatamos de cómo nos obstinábamos por clausurar el azar o al menos reducir su margen de acción. Algunos recordamos con nostalgia más que otros. Los que convocábamos al azar día a día, lo más posible, extrañamos la posibilidad de esas alquimias cotidianas que permite la espontaneidad urbana. Alguno habrá que no extrañe nada, que nade feliz lo virtual.

A y B dialogan sobre el futuro

Volviendo al diálogo entre nuestras ideas, Idea B, entonces, plantea que la rutina es rutina, que la monotonía de la vida se instaló hace rato y que la pandemia lo único que hace es exponerla. Se esperanza, incluso, piensa que tal vez de esto pueda salir algo positivo. Vislumbra una suerte de anagnórisis colectiva que nos haga cambiar el rumbo al minuto en el que todo esto se levante y las vidas suspendidas toquen nuevamente el asfalto.

Idea A confronta: no va a haber vuelta a la normalidad. Con lo malo o bueno que tenía esa normalidad anterior, ya no va más. Ya fue, como se dice coloquialmente. Idea A es pesimista sobre el futuro, idea A lo que dice es: antes de la pandemia, por lo menos quien quería sumar lo azaroso a su vida, podía hacerlo. Mucha gente ya estaba anestesiada, vivía de manera rutinaria, sin espíritu crítico, sirviendo a las grandes corporaciones, eso te lo concedo, B. Pero quien quería rumbear hacia lo oblicuo, podía hacerlo. Cuando todo esto pase, hacer eso va a ser mucho más difícil, sino imposible. Con la excusa del “por las dudas”, las personas van a ir entregando más espacios: van a optar por las aparentes comodidades de una virtualidad impersonal sin darse cuenta de que con eso estarán entregando los espacios de vínculo y problematización más valiosos que tiene el ser humano. Terapias por WhatsApp, consultas médicas con un vidrio en el medio o por videollamada, aulas en cuadrículas de Google Meet que neutralicen los debates entre compañeros, calles con sendas preestablecidas, rectas, amarillas de contención. Con la lógica del “por las dudas” y el miedo, en un sálvese quien pueda, las personas van a aceptar vivir monitoreadas. Lo van a preferir. Y las que no lo prefieran, lo van a tener que hacer, no les va a quedar otra si quieren seguir viviendo en las grandes ciudades.

Idea B se queda en silencio. Late y repiensa: puede que A tenga razón, como que no. Entre A y B hay muchas otras microideas circulando, hay variantes, tonalidades del mismo problema. La escritura configura y expone el intercambio, no puede presentar hoy una solución al problema del futuro porque nadie sabe qué va a terminar pasando.

Estallar el algoritmo con fantasía

Aunque la línea de llegada pospandemia esté aún difusa, sí podemos inclinarnos más hacia un lado o hacia el otro, identificarnos con A o B. Podemos hacerlo y queremos, porque el escribir, el poner en juego la propia subjetividad en la palabra y, a su vez, constituirse a una misma en la palabra implica, justamente, presentar una posición, una suerte de conclusión (provisoria, sí sujeta al cambio, al diálogo, sí, pero existente al fin**). Hoy por hoy, habita con más fuerza en mí el panorama propuesto por A. Es el que menos quiero y el que más creo posible. Un futuro en el que se le ceda el control a los gigantes de la tecnología y en el que nuestra intimidad quede acribillada. Un no muy lejano mañana en el que se busque silenciar el cuerpo a cuerpo, en el que se busque limitar el roce del aula, el abrazo de la manifestación en una plaza, en el que se sepa dónde estamos, qué temperatura corporal portamos y cuál es nuestro próximo paso.

¿Exagero? Ojalá, lo que más quiero es que lo planteado por A (que no es otra cosa que una proyección de mi ser) sea una hipérbole de mal gusto. Si así no lo fuera, estoy convencida de algo: el disenso va a seguir existiendo porque una parte del ser humano logra escapar siempre a cualquier inteligencia artificial, a cualquier lógica de planeamiento y control. Las artes, por ejemplo, van a seguir funcionando como cajas de resonancia de las voces a contrapelo. En mi caso, la escritura y la fantasía son y van a seguir siendo esos respiradores que me den oxígeno cuando más lo necesite.

Con este texto experimentamos cómo la escritura es desvío, planear con cuidado y a la vez salirse del mapa, ubicar la mente por fuera del mundo para entrarle al mismo de manera más filosa. Escribir, ya lo dijimos varias veces con otras tonalidades, es el gesto de poner lengua donde hay palabrerío confuso o silencio. Es escarbar en la fachada del algoritmo para incrustarle lo impredecible, lo que lo hace estallar. Si el futuro que se viene es orwelliano, entonces que la distopía me encuentre escribiendo.

Notas

*Le dimanche de la vie, novela del escritor francés Raymond Queneau.

**Los remito acá nuevamente la charla de Kohan en la que él dice que si no se presenta mínimamente una conclusión, no hay diálogo posible, no hay confrontación ni debate.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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