Dos veces me senté a escribir sobre Ovejas feroces (2007), de Katja Lange-Müller. Las dos veces, la página quedó en blanco. Digo mal. La página nunca está en blanco, eso lo leí hace años, no recuerdo dónde. Seguro fue otro escritor o escritora, decía que eso es una expresión falsa, si así fuera no nos daría tanto miedo vulnerarla. La página está repleta, rebalsa de palabras que nos preceden, del bagaje que llevamos como lectores. Un cúmulo de citas, historias, susurros y argumentos asalta y nos paraliza. Tememos ser copia, caer en lugares comunes, ser barrocos, ser demasiado minimalistas. La página no es virgen, está tatuada con una tinta que es invisible y por eso más perturbadora. A la mente la decoran coros de voces previas… ¿cómo no vamos a espantarnos?
El tercer o cuarto intento da sus frutos y comienzo, doy con una palabra que se multiplica. Expongo mi vulnerabilidad y el nudo se afloja (no digo desata porque siempre está ahí, latente). Escribo a la distancia, sobre un libro que leí del otro lado del Atlántico, un final que llegó a mí en una cama que daba al mar y me hizo llorar. Leo textos previos que se hayan escrito sobre la novela. Me regocija leer que en el 2010 Lange-Müller vino a Buenos Aires a presentar su texto y, en el Goethe Institut, dialogó con Gabriela Massuh, la autora de la novela sobre la que escribí en la entrada anterior. Me fascina ese tramado de continuidades, esos pasajes que suceden como pisadas en una alfombra, sin haberlos buscado.
Haciendo honor a esta sintonía no buscada, propongo un análisis de Ovejas feroces a partir de una constelación de puntos, a primera vista, lejanos, sin mucho que ver entre sí. El método no es riguroso, y por eso da lugar al juego, a la conexión inesperada. Releo mis notas sobre este texto y marco algunas palabras, busco que estas no estén cercanas en la página, una de la porción superior, otra de abajo, izquierda, derecha, una abreviatura caída que asoma con torcer hacia la página siguiente. Remarco, hago círculos, y compruebo que por más lejanas que estén en el rectángulo del cuaderno, estas citas, frases, palabras sueltas, nombres de personajes, componen una danza que pide a gritos ser traducida a texto. Eso hago.
Elipsis
Los hechos narrados abarcan dos años, desde 1987, cuando Harry y Soja se conocen, hasta 1990, cuando Harry muere. La narradora es Soja, quien cuenta y se cuenta en retrospectiva, años después de los acontecimientos, cuando ya no es la misma, y su cuerpo, entre tantos otros aspectos del mundo que habita, han cambiado. Nuestra narradora revisita esta etapa de su vida y le habla a su pareja, ya muerto, diezmado por la heroína, por el HIV y por las hepatitis B y C. Ella cuenta y cita el cuaderno de Harry que llegó a sus manos tiempo después, cuando él ya no estaba y las pertenencias de un junkie infectado no le importaban ni atraían a nadie. La escritura en Soja es un intento por comprender lo inexplicable: ¿cómo es que, en el cuaderno del hombre al que ella amó y cuidó, su nombre no aparece ni una sola vez? Soja se dirige a un “tú”, a ese Harry inexistente (no sólo porque ya no exista y esté muerto, sino porque el Harry de Soja nunca existió, es una construcción de su recuerdo), y le narra su historia, la de ellos en conjunto, la de ellos de este lado del muro, del lado occidental. Irrumpe una sospecha: ¿tendrá razón Soja? ¿La relación entre ellos habrá sido tal como ella la describe? ¿Tenemos que creerle porque es nuestra narradora? ¿Y si le creemos a Harry, que habla a través de los fragmentos del cuaderno?
Momento. Soja no nos presenta un relato amoroso edulcorado. Es cierto que, si nos atenemos a su narración, ella parece ser un engranaje clave en el derrotero de Harry. Intenta salvarlo, lo ayuda con su terapia de desintoxicación, lo aloja, le alquila un departamento, lo acompaña en su enfermedad y cumple sus últimos deseos antes de morir. En el cuaderno de Harry no se encuentra ningún indicio de todo esto. Sin embargo, el texto de Soja se explaya en y desmenuza los claroscuros del vínculo. Estos están catalizados por el mutismo del joven, su carácter hermético, las notas enigmáticas dejadas en la cocina o en el colchón, sus ausencias, sus compañías sospechosas como Benno o los hermanos Kling. Gran parte de estas conductas se explican a partir de su adicción. Esta, junto con las hepatitis y el HIV, son los principales factores que conducen a Harry a estar siempre un poco en las sombras y en el silencio.
Blancos
Una pareja distanciada, cabeza a cabeza sobre un colchón. En la distancia se encuentra, a mi parecer, el centro de esta novela. En el blanco entre la voz que narra y la persona amada, entre el presente y el tiempo del amor idealizado, entre Occidente y Oriente tajados por un muro, entre dos ciudades que son dos, es una, pero son dos.
Soja conoce hombres envueltos “en papel film” (p. 23), cuerpos a los que puede acercarse pero no tocar. Cuanto más busca la cercanía, más están embutidos en ese plástico que impide cualquier tipo de vinculación. Cuanto más se enamora menos se siente ella misma, el sexo es su antídoto contra el amor. Con Harry parece ser distinto, Soja se ilusiona, quizás esta vez pueda vincularme piel a piel, sentir sin esa coraza que empapela a los hombres. No. Soja intenta encajar su mapa, en su biografía, en sus territorios, en sus amistades, pero el resultado es una unión forzada. Intenta remarcar lo que los une, y ese énfasis adquiere un velo de artificialidad insoportable. Inevitablemente, al intentar subrayar lo que los une, se va perdiendo ella, se resigna a sí misma. Estar en una relación es estar presentes, con todo lo que somos, y si nos perdemos a nosotras mismas, ya partimos desde la ausencia. Está cantado que el vínculo va a tropezar. En retrospectiva, Soja reconoce que lo que se producía era una “alucinación emocional” de cercanía, no un verdadero encastre de las pasiones, personalidades o sintonías de cada uno.
Hago un parate y vuelvo a reflexionar sobre mi proceso (accidentado) de escritura de este texto. Hoy es primero de marzo, escribo la sección “Blancos”. Entre hoy y la última vez que abrí el archivo pasaron veintidós días. Un abismo temporal. Me pesa en los dedos la falta de continuidad, siento que este texto es menos por no haberlo escrito de un par de tirones, cuando todavía tenía bien fresco el ambiente berlinés producido por la lectura. Ahora pasó un mes, estoy atravesada por lo porteño y por otros textos que llegaron a mí en el medio. ¿Y qué? ¿Se puede concebir un texto así de resquebrajado? Hojeo Ovejas feroces y encuentro una imagen que se ajusta a la perfección a lo que me está sucediendo en este momento: “No conozco palabra justa; todas las que sé son sordas y ciegas, son cucharas agujereadas” (p. 183). Hundo la cuchara en el caldo de palabras y recuerdos y lo que sale es una sustancia de consistencia pastosa. Recuerdo la trama del libro, sí, sus personajes, los temas, lo que, en teoría “tendría que” decir en este texto. Pero no me sale. Estoy distanciada y brota otra cosa.
El capítulo XIX de la novela comienza con la caída del Muro. ¿Qué define a Soja ahora? Antes era una alemana del Este en la parte occidental, eso le daba cierta originalidad. Ahora los adjetivos que acompañan el gentilicio “alemán” o “alemana” siguen vigentes pero solo a nivel discursivo. Llegará un momento en que incluso desaparezcan y todos sean tan sólo “alemanes”. Con la reunificación cambian el discurso y el territorio. De manera concreta y contundente, la ciudad ya no es la que ofició de escenografía durante la relación: “Me había ido porque no quería estar en casa cuando mi Berlín Oriental y nuestro Berlín Occidental se esfumaran; temía esfumarme yo misma y desaparecer; por eso había preferido desaparecer e irme a otro lugar” (p. 224). Soja se casa con Urs, suizo, por conveniencia. A ella le viene bien conseguir un nuevo pasaporte, él encuentra cómodo unirse a una mujer para convencer a sus padres de que su homosexualidad fue sólo “una etapa”. Para Soja, la ida a Suiza implica desplazarse hacia un territorio sin connotaciones previas, sin riesgo, sin venas picadas por la jeringa, sin muros calados por los grafiti, con una historia que no la toca de cerca. Implica distancia. Harry yace internado. Muere. Soja llega tarde a Berlín, un día después.
Intervalos
La novela termina con la misma escena del inicio: Soja y Harry acostados en un colchón, cabeza con cabeza. No hablan, respiran suave, Harry con ojos cerrados. Tienen sus cuerpos y tienen, sobre todo, tiempo. Soja vuelve a esa película en un presente de enunciación en el que el tiempo es menos, el cuerpo ha cambiado y Harry no está. ¿Qué queda después de la escritura de esta historia? ¿Y cómo nos quedamos después de la lectura?
La lengua nos ayuda a lidiar con la angustia de la distancia, que en este texto es física y temporal. Soja mantiene la relación más importante de su vida con un hombre distante, que no la menciona en su cuaderno ni una vez. El texto de Soja, al contario, tiene a Harry como centro. La escritura le permite a la protagonista comprender esa distancia y, sobre todo, reconocer que existió. La separación entre ellos, causada por la droga; la separación de su ciudad, generada por el Muro. Muerto Harry y derribado el Muro, Soja puede poner play como espectadora, revisar la película, analizar su vínculo y entenderse. Aunque contemple el pasado escrito y siga sosteniendo que volvería a hacer lo mismo, que amaría a Harry de la misma manera, la revisión del pasado a través de la escritura le permite acceder a un nivel de conocimiento mayor acerca de sus elecciones pasadas y, por lo tanto, a una mayor conciencia de sí misma.
Desde el principio planteé la escritura de este ¿ensayo? como un proceso poco premeditado. Comencé uniendo citas aleatorias y el texto me sorprendió siendo escrito en partes, con semanas de distancia entre una sesión de escritura y la otra. Sigo pensando que lo que quedó es un engendro un tanto descuajeringado. Mi ojo crítico considera que falta profundidad a la hora de analizar los personajes, tal vez más trabajo con las citas. Mi ojo del goce me dice: así está bien. Si lo que busco es indagar cada vez más en mí, en mis procesos de escritura y en mis hábitos de lectura, este texto es perfecto. El eje de la distancia surgió sin pensarlo con anterioridad y permeó el ¿ensayo? al punto tal de determinar su modo de producción. Este es un texto distanciado, así como lo es el de Soja, quien escribe para entender a Harry. Estoy distanciada del lugar donde comencé la novela de Lange-Müller, lejos de la ciudad donde la terminé, y lejos en tiempo del día en el cual empecé a escribir el ¿ensayo?. Esta distancia nutre el texto, lo expande. Confirma que, con el tiempo, la literatura sólo puede ponerse mejor. Qué excitante es que la escritura se vierta a cuentagotas y decante.
Nota
Todas las citas del texto pertenecen a la siguiente edición: Lange-Müller, Katja (2009). Ovejas feroces. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
About the author Soledad Arienza
Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.
Captar la ausencia: una hipótesis
EP12: El encuentro
EP11: La literatura y el agua