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Ese lugar llamado intemperie: escritura y tiempo en una novela de Gabriela Massuh

La intemperie de Gabriela Massuh es el primer libro que leo este año. Lo terminé el ocho de enero y hoy, casi veinte días después, propongo un recorrido de lectura para esta novela reeditada por Adriana Hidalgo en 2017 . Si pasa más tiempo, la frescura de la lectura se pierde y, con ella, varios detalles y observaciones.

El título de la novela de Massuh remite a la precariedad, a lo efímero. “Estar a la intemperie”: cuando usamos esta frase casi siempre es con una connotación negativa. Configura una afuera hostil, peligroso. La intemperie implica carencia de refugio, de contención, así pensada es un descampado que puede ser tanto literal como emocional. Este es el clima de época que se vive en esta novela, en los planos personal y político. En el primero, la protagonista, una gestora cultural, asiste a su proceso de duelo por la ruptura de su relación de años con Diana. En cuanto al segundo, dicha ruptura está enmarcada a fines de 2001, cuando la Argentina estalla económica y políticamente por los aires. País y sujeto, ambos a la intemperie: nuestro país, sin institucionalidad política y en una debacle económica; la protagonista, perdida al verse despojada del refugio que implica una relación consolidada y cómplice.

La novela está estructurada a la manera de un diario personal que va desde el 31 de diciembre del 2002 al 1ro de julio del 2004. Diario, crónica, ensayo, novela, así describe el texto la propia autora en una entrevista publicada el 14 de julio de 2008 en Página 12. El texto se instala en lo híbrido: alterna pasajes confesionales, otros de corte teórico-ensayístico, diálogos, fragmentos de chats, citas literarias, discursos todos que desembocan en la voz que narra la separación. El diario, por definición, se posiciona en el presente de enunciación, aunque en este caso el pasado tiene un protagonismo contundente. Por doquier se cuelan sensaciones, miradas, hechos, recuerdos de la narradora acerca de su relación con Diana. A la par, la narradora asiste al inicio de un nuevo milenio para nada jolgorioso: la fiesta de los noventa, con su ficción del uno a uno, ha concluido. “La mirada sombría: eso es de ahora. Las dentaduras en visible mal estado son de ahora. La tristeza es de ahora, antes era mufa” (p. 210). En este contexto, la narradora, desde Buenos Aires pero con frecuentes viajes a Europa, indaga el rol del arte argentino, su proyección internacional, los límites de la representatividad.

Por este diario-novela-crónica pasan múltiples personajes: artistas argentinos y extranjeros, presencias virtuales del chat con las que la narradora intenta entablar algún tipo de relación, amistades, escritores, ciudades que al fin y al cabo son también personajes, empleadas domésticas, líderes sociales. Un elenco de época que expone la tensión entre Argentina y el mundo, entre lo local y lo internacional, lo personal y lo colectivo, lo público y lo privado. Es en esa encrucijada donde se da esta historia, una crisis colectiva que se superpone con el duelo personal. ¿Cómo dar cuenta del desmoronamiento, tanto nacional como íntimo? La narradora lo hace mediante la escritura.

Rituales amputados

“Repetir gestos y costumbres en soledad, cumplir con rituales que durante largo tiempo han sido compartidos tiene algo de amputación. Un cuerpo que falta, un cuerpo en falta” (p. 62).

Solemos recrear escenas, a manera de troquelado que decora las paredes de la existencia. Superponemos al presente una escenografía del pasado que deviene espectro, es frágil, sutil pero presente. Molesta, a veces. Se entromete. ¿Qué pasa cuando es inevitable que esas escenas se cuelen en nuestra cotidianeidad? Diana espectral se inmiscuye en la casa de la protagonista, permanece, es huella del pasado. Más adelante la narradora dirá que en verdad no hizo el duelo, que aceleró los tiempos para irse a un futuro, corrió y dio la vuelta en la esquina para esquivar lo molesto y doloroso, esa piedra en el zapato que es el recuerdo de la persona que amamos y que eligió salirse de lo que éramos en tanto pareja. Una amputación, sentir el miembro fantasma, el miembro es Diana. La protagonista está en la oficina y Diana en Alemania, ya no resuena más el “¿Querés un café?” que marca la complicidad entre ambas, el diálogo mudo entre la pared que separa sus escritorios en la editorial.

El diario íntimo le permite a la protagonista seguir la pista de la separación y entender que su compañera ya había levantado campamento mucho antes de concretar la ruptura. De la misma manera, desde el presente, la narradora ve con claridad el armado de una estrategia de parte de Diana para irse afuera: “Con el tiempo me di cuenta de que durante muchos años, con la minucia de un orfebre y la obstinación de un desahuciado, había dispuesto un sistema de abalorios secretos que finalmente conjugarían una hipotética red en la que podía caer sin hacerse daño” (p. 65). ¿Armar la red permite saltear el dolor de irse? ¿Sirven de algo las precauciones a la hora de exiliarse de casa-amor, casa-patria?

Me falta tu cuerpo y siento mi propia corporalidad en falta, en herejía por estar cumpliendo con los rituales que eran conjuntos sin tu presencia, sin que estés. Eso se arroja en el texto en la página 62 y vuelve, resuena, es eco en la novela.

La previa

“Lo que se siente en el preciso instante en que te dicen ‘no es con vos’ es, cómo expresarlo, una inefable necesidad de ganar tiempo, de que el momento que constituye la separación sea eterno para que sea irreal” (p. 64).

Seguimos el tiempo. La novela lo indaga y desmenuza. El diario fechado es hoy, un presente que escribimos para que conste. Lo curioso es que este diario habla más del pasado que del presente de enunciación. Va y vuelve. Diseca el ayer, lo cuestiona. Se aleja y reflexiona. También va al futuro. El deseo de ganar tiempo cuando alguien nos deja me hace acordar al cuento de Borges “El milagro secreto”, en el que el protagonista, Hladík, desafía el límite del tiempo: “lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden”, dice el narrador. ¿Y si nos dieran esa posibilidad, un año de tregua? Queremos que pase rápido o que no pase nunca, nos regodeamos en el momento previo. Algo similar sucede con el instante previo a la enfermedad, y en otro pasaje de la novela la narradora lo comenta, a raíz de su madre que ya no es la misma a medida que envejece. La protagonista hace referencia al momento en que el enfermo recuerda sus últimos momentos de salud, cuando era él mismo, él sin la enfermedad.

¿Quién no lo ha hecho? Somos golosos del tiempo pasado. Esa gula ante la rememoración de los “instantes previos” o “la última vez que” es una trampa parte del duelo, analizada por la protagonista en retrospectiva. En cuanto a lo eterno que se desliza hacia lo irreal, como menciona la cita, es a mi parecer un fenómeno que presenta dos caras. Podemos pensar que la novela combate esa irrealidad: la separación con Diana es un hecho, y el diario justamente es un intento de la protagonista por comprender las causas de la ruptura. Escribir implica, entonces, asumirla. La otra faceta de la cuestión sería pensar en que por medio de la escritura los hechos se “eternizan”, se estampan en el tiempo, en el papel. ¿Se hacen irreales, entonces? ¿Se hacen ficción? Se hacen ficción. Puede que se eternicen. Pero no por eso dejan de ser reales. Aumentan su contundencia, podemos afirmar. Al entrar en la esfera ficcional, potencian sus significados.

De acá para allá

“La partida de Diana en cuotas me paraliza en ramalazos de tiempo, capas de tiempo pasado, la casa inundada de escenas de la convivencia, mi cuerpo, el aire que respiro. La gente se va pero el lenguaje queda de nuestro lado. Emigración: el país los expulsa, y con cada uno que se va, una voz menos para contar. Y aquí, los que quieren contar vomitan espuma” (p. 110).

Esta cita pone la lupa en las coordenadas de tiempo y espacio, que en esta novela son sometidas a una reflexión constante. Hablemos del tiempo, aunque, ¿se puede hablar de uno sin referirnos al otro? La ida de Diana no es brusca, anuncia su deseo de irse, va a Alemania a tener una entrevista, vuelve y con tiempo anuncia que su fecha de partida es el 31 de julio de 2003. La narradora entonces espera lo inevitable, aunque la distancia ya está instalada entre ambas desde antes. La separación está consumada, lo era antes de que fuera un hecho. Estaba en el aire. El presente es la separación, por más de que ambas mujeres se encuentren todavía en la misma ciudad.

Diana se va y su partida no puede escindirse del contexto en el que está situada la novela: crisis del 2001 y años posteriores. El exilio en este texto es territorial a la vez que metafórico. Con Diana se va el otro cuerpo de la narradora, su compañera cómplice, y ese exilio da pie para la reflexión acerca de los argentinos y nuestra compleja relación con el exterior, en particular con Europa. Hay argentinos que admiran el viejo continente, quieren irse porque allá “todo funciona” y porque “este país es una mierda”; a la vez muchos (tal vez los mismos que quieren irse) reivindican lo propio, ese ser “los mejores” (en la novela se cita la canción de La Bersuit que hace referencia a los íconos de la argentinidad, dulce de leche, huella digital, birome, etc.). La Argentina recibe y expulsa, y el que se va ¿cuenta? La voz de Diana aparece muy poco, la mayoría de las veces con la mediación de la narradora. ¿Qué contará Diana en Alemania? ¿Cuál sería su versión de este diario?

Tenemos, en cambio, la voz de quien fue exiliada de la vida de Diana, nuestra protagonista, quien cuenta retazos, une y trata de conformar el rompecabezas de la relación, como dice en cierto momento del texto. La palabra de la narradora nos da una cara de la ruptura, la versión del que se queda: ella se queda en la relación, en el pasado del vínculo, en los recuerdos y en nuestro país.

La escritura, lugar de pertenencia

“¿Cómo se describe la geografía de la memoria cuando la geografía real, es decir, el punto de referencia donde la biografía tuvo su desarrollo, desaparece? […] ¿Cómo se articula el presente si no existen las imágenes del pasado que le han dado origen? Yo necesito de la geografía que alguna vez me contuvo para sentir ‘aquí estuvimos, aquí estuvieron ellos’” (p. 256).

La fisonomía de la ciudad cambia. Para el sujeto constituye un esfuerzo descomunal el hecho de tener que reponer con la imaginación y la memoria esa territorialidad pasada para que los recuerdos puedan florecer. Cuando cambia la geografía, la fachada, la calle, el cartel conocido, el esfuerzo es doble: primero, la reconstrucción topográfica. Luego, la rememoración. ¿Peligra el pasado? ¿Cómo capturarlo? Los términos “geografía” y “biografía”, presentes en el pasaje citado, nos dan la clave: ambos contienen el sufijo “grafos” (escritura, trazo, inscripción). Cuando desaparece el contorno que contenía los recuerdos, cuando esa escenografía de la que hablábamos antes cambia de manera radical ¿qué hacer? ¿Cómo convocar los recuerdos?

La narración es la clave. El trazo, sea oral o escrito, habilita la memoria, nos cuenta, nos tiene en cuenta. Mediante la palabra evocamos ese territorio perdido y le damos forma, llamamos a los recuerdos y estos se sienten a gusto, se acercan, palpan el territorio familiar que está siendo evocado, se sientan y conversan con nosotros y con lo que fuimos. El diario de la protagonista es la materialización de aquello sobre lo cual reflexiona: escribir para convocar y recordar. También para hacer el duelo, comprender la separación, el desmoronamiento personal, social y político. El diario íntimo se constituye como lugar reflexivo y como campo de ensayo. Ensayo en sus dos significados: en tanto género escritural y en tanto prueba, página en blanco que habilita el error, la mixtura de géneros, la reconciliación.

Escribir la intemperie

La lectura de este texto refuerza mi convicción de que la palabra es ese elemento camaleónico que nos permite tanto anclar nuestra identidad como mutar cada vez que necesitamos deshabitarnos. Palabra refugio, escritura hogar que nos guarece cuando la debacle viene desde adentro, que configura ficciones y versiones de nosotros mismos para entendernos. La lengua que nos habita es esa estructura dócil y a la vez firme que al mismo tiempo nos expone y resguarda de la intemperie.

Nota: edición utilizada

La novela fue editada en el año 2008 por Interzona; para realizar este artículo utilizo la reedición de Adriana Hidalgo.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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