En este ensayo me desdoblo e intento realizar un análisis de mi propia escritura. De la mano de Barthes, un poema, una pregunta, un desplazamiento. Desde la perplejidad hacia la comprensión a través de la lengua poética.

El jueves escribí un poema. Como si optar por la poesía fuera una contravención. Suelo sentirme indigna ante ese género, poca cosa. La línea entre lo cursi y lo críptico se me empaña. Comenzó con una pregunta (“¿Dónde estás?”). La movida siempre inicia con el interrogante. El propio lenguaje me corrió: del “dónde estás” fui desplazada al “¿Dónde te puse?”. Amargo que pincha.
Por eso es más atinado decir que el poema “se escribió”. Impersonal. O mejor: “me escribió”. Y no porque quiera sacarme la responsabilidad, sino porque una vez más compruebo con Barthes que somos hablados por la lengua. Hablados y escritos, inscriptos con nuestra carne en la cruda regla, en la gramaticalidad. Dudosa la autonomía, ese sueño de estar diciendo lo que queremos en un momento preciso. Enunciamos cuando nos apropiamos del sistema y lo accionamos en un tiempo y lugar concretos, diría Benveniste. Hoy me inclino hacia Barthes: la lengua habla cuando se nos quiere. Y en lugar de “dónde estás” dice “dónde te puse”. Devela así la culpa que no quería revelar(me). Con la mutación, el sistema me delata. Lo enfrento.
El paso del “dónde estás” al “dónde te puse” habilita dos análisis. El gramatical, que abre un análisis de las posiciones subjetivas en cada caso, y el afectivo, por llamarlo de alguna manera. Ambos inútiles. Inexistente su razón de ser, qué van a sumar a esta altura cuando vos estás muerta, la letra ya fue echada y el poema anda por ahí, en una hoja, pronto a disparar sentidos. Siempre caigo en lo mismo. El porqué hacer crítica, el porqué analizar los textos, ya sea los de otros o los “propios” (nuevamente, la ficción del sujeto autoral como controlador de sus palabras). El porqué es que no hay un porqué, es ese no sentido que me hace la escritura atractiva, importante en su mera existencia. En ella se me escurre la vida: por ello la llamo experiencia vital. No de placer, sino de goce. Leamos cómo Barthes goza en El placer del texto: “Textos de goce. El placer en pedazos. Los textos de goce son perversos en tanto están fuera de toda finalidad imaginable, incluso la finalidad del placer (el goce no obliga necesariamente al placer, incluso puede aparentemente aburrir)” (p. 68). Encontrar en este texto otra pista para mi escritura, para satisfacer mi pulsión de saber. Escribo para vivenciar una experiencia por fuera de la finalidad, al margen de cualquier posible instrumentalización. Puro derroche. Escribo y derrocho mi vida en una orgía de lengua que habla a través de mí y, en ese oleaje, me susurra.
Vuelvo. Primer análisis, el gramatical. Si pregunto “dónde estás”, el sujeto es “vos”, vos siendo, vos estando en alguna parte que desconozco (de ahí la modulación interrogativa). Si (te) pregunto dónde estás, te pienso sujeta de la lengua pero libre, hábil en tu movimiento, fugada de mi entramado vital pero estando en otro, en un plano al que no llega el lenguaje. El “dónde estás” es darte poder y un posible. Es también presente y cierta futuridad. Al hacerme esa pregunta, dejo abierta la chance de que vuelvas, o de que cambies de lugar, o de que volvamos a encontrarnos. El “dónde estás” nos abre.
Si pregunto “dónde te puse”, la sujeta soy yo. Puse algo (a vos, vos objeto, objetivada). La pregunta es por el dónde, no es una pregunta que te dirijo a vos, me la hago a mí. Me hablo y soy mi interlocutora. En esta variante sos objeto, sos esa tercera, la no-persona de Benveniste. Con el “dónde te puse” te despojo del posible y me hago responsable. El accionar mío: objetivarte, ubicarte, fuera de tu voluntad, en algún sitio. Tan recóndito ese sitio que ni yo puedo responderme dónde, de ahí la pregunta. El dónde te puse es clausura: lo consumado, irreversible y sin iteración. Te fijé ahí, vos sin tu motu propio, yo sin capacidad o voluntad de verbalizar el dónde. Ahí quedaste y quedarás. El límite de la muerte hace que no pueda reubicarte.
Si hubiese intentado responder a la pregunta con teoría, con racionalización, el resultado habría sido nebuloso. La razón trae culpa, y la culpa flagela e impide ver con claridad. El dónde te puse fue respondido, no por mí, por la lengua; no con teoría, poéticamente. En esa torsión del lenguaje respondí el interrogante. No me culpabilicé, me hice responsable. La lengua poética habló a través de mí y me hizo ver que en los últimos años te coloqué adrede en un lugar inaccesible de mi vida. Contra tu voluntad. Vos querías estar en el centro. Yo estaba en tu centro. Te desplacé de manera dolorosa, con razones que hoy son poco sustanciosas. La palabra poética no permite traerte de vuelta, pero sí entender el movimiento. Comprendo a través de la palabra, que no es otra cosa que cuerpo.
Ahí entra en escena el análisis afectivo del asunto. El “dónde estás” te carga con la responsabilidad de haberte ido, de haberte infartado justo cuando dos meses después (ahora) iba a necesitarte mucho. Cuando veo pura distorsión en todos los planos de mi vida y hubiera necesitado tu mirada. Desde el “dónde estás” habla la niña, la ahijada que te busca y reclama porque quiere que la lleves a tomar un helado, que le seques el pelo, que le masajees el arco de los pies. Roto al “dónde te puse”: habla la mujer joven, que sabe que tenías razón el año pasado cuando me gritaste y recriminaste mi ausencia. Habla la mujer que se hartó de ser la nena a la que todo le está perdonado. El “dónde te puse” denota que me equivoqué al elegir el predicado. Construí mal nuestra oración, me alejé y di vuelta casi treinta años de amor incondicional.
Hoy, cuando ya no puedo reubicarte en mi vida, en el lugar que te merecés, comprendo esto. Lo capto con este dolor en las costillas que se cierran y raspan. Mi mente llega tarde, lengua y cuerpo ya lo saben. Una fuerza centrípeta parte del plexo: presiona, alivia vuelve a arremeter, marea y calma. Sos vos. Con la lengua poética (me) respondo en pretérito, hacia adelante. Te puse donde estás ahora (muerta) aunque yo te hubiera hecho en otro lado, aunque no quisiera verlo. Te ubiqué siempre en el punto central, el más medular: de donde sale mi palabra que goza, mi cuerpo que vibra, mi piel que ama.
Referencias:
Barthes, R. (2011) El placer del texto y lección inaugural de la cátedra de Semiología Literaria del Collège de France. Buenos Aires: Siglo XXI.
About the author Soledad Arienza
Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.
No hago pie
Tutti frutti
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