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Retrato

¿En qué momento una persona pasa a ser importante en nuestra vida? ¿Es una elección? ¿Simplemente pasa? ¿Es una decisión del universo, el mismo que dispuso todo lo necesario “para que nuestras manos se encontraran”?

El primer recuerdo que tengo con ella es en la oficina. Yo con quince años llorando, sintiéndome muy sola, como sapo de otro pozo. Ella en una pose habitual en ella, asomada sobre el escritorio, con sus manos en ofrenda, ramos de contención y cobijo. Una oficina con un sticker de Irlanda pegado en el vidrio. Con fotos de hijas que, en ese momento, eran para mí una abstracción. No era habitué de ese espacio, habré ido dos veces en toda mi trayectoria escolar. Esa vez, en llanto. Una segunda, para tener la entrevista de orientación vocacional en la que interpretábamos juntas aquel dichoso test hecho por computadora que me había largado veinte opciones de carreras. Años más tarde la cargué bastante por la poca precisión del test, cuando ya el vínculo era otro.

Ahora resulta que me volví habitué de esa oficina. Aprendí a tocar de refilón y, si la mirada me da permiso, a desbordarme en ese mismo escritorio con demasías y pasiones.

Me pregunto:
¿En qué momento una persona pasa a ser importante en nuestra vida?
¿Es una elección? ¿Simplemente pasa? ¿Es una decisión del universo, el mismo que dispuso todo lo necesario “para que nuestras manos se encontraran”?

No lo sé. Sé que en algún punto (porque siempre en mi vida las cosas pasan a través del lenguaje) empezamos a tener un léxico en común, un glosario de sabiduría que cobró forma entre cafés, chats, textos, algún que otro llamado telefónico. Un compendio liviano y contundente que hace que la rutina sea una excusa chispeante para encontrarnos y decir, entre risas y miradas cómplices, frases que sellan este vínculo. Un vínculo que no entiendo bien qué es… ¿ella es una amiga? ¿Una tía elegida? ¿Una colega? Es un poco de cada y todo eso junto, y ese carácter camaleónico de nuestra relación es una de las cosas que más disfruto. Según el día, según la charla, predomina más una composición que la otra, una coreografía siempre mutante.

Si pienso en ella pienso en Pessoa, en árboles, en Irlanda, en Lisboa.
En la crema Silvia, que nos gusta a las dos.
En Guadi Galego.
La palabra “taxi” ya no es solamente un medio de transporte
y los globos tienen otra absoluta connotación.
Ella me regala sabiduría sin esperar recibir nada a cambio.
Me enseña
que libertad no es lo mismo que libertinaje
que la convivencia corroe el deseo.
Yo también le tiro algún que otro centro:
receptividad no es lo mismo que pasividad

Y así nos vamos riendo,
a veces hablamos de trabajo, pero la mayoría de las veces
¿de qué hablamos?

De la fantasía y sus vaivenes.
Recordamos
(lo que significa: volvemos a pasar por el corazón)
textos
me regala citas justo cuando las necesito
me regala un Borges que, implacable,
calca lo que mi corazón estrujado siente un día
(Ya no es mágico el mundo)
me regala Solnit
(Aquello cuya naturaleza desconocemos por completo suele ser lo que necesitamos encontrar,
y encontrarlo es cuestión de perderse)

Tiene un don preciso que me conmueve
y es el de habilitarme todos y cada uno de mis deseos
y a la vez cuidarme de ellos

Digita presencias
mide mis discursos
me tira de la rienda
y no suelta aunque le queden callos
Pregunta averigua
hace malabares, me nombra cuando es debido
se levanta de una mesa en el momento crucial
me deja suspirar
y sabe que al día siguiente voy a estar llorando
sin saberlo lo sabe
y por eso amorosa me escribe
“¿Cómo andan esas mariposas?”
tierna custodia de mi caída necesaria

Me regala un cuaderno
con el deseo más hermoso
que nunca me falte la imaginación
que es lo mejor y lo peor que tengo
que tanto mal me hizo a veces pero a la vez me libera
Y bueno, ella con el cuaderno,
me protege.

Ella repite palabras que me hacen bien
Palabras que son ella y que ahora pasan a ser algo más
ella dice prisma
y hostil y rústico
y amable
o ingrato

Y yo cito esas palabras, las suyas y las mías y las de ambas, las meto en un sobre, me escabullo, una vez más, en su oficina, esta vez sin que me vea, y hago que el texto hable la lengua de un agradecimiento infinito.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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