Mamá me regala un gato gordo, gris, con motas blancas en las patas. Lo guardo en mi mochila. Pasa el día y me doy cuenta de que tuve todo el día al gato encerrado, sin alimento, agua ni aire. Capaz tuvo ganas de hacer pis, no pudo, y su rugosa pequeña vejiga está por explotar.

Tengo un turno con Lucila, pero decido ir a ver, un rato antes, a la Dra. Melisa Pereyra, la ginecóloga que postea en Facebook. Mi plan es ir primero con Melisa y después ir con Lucila. Quiero hablar de los métodos anticonceptivos, entonces me viene bien tener dos opiniones.

Camino hacia una puerta, estoy en un edificio neutro, podría ser un hospital o una escuela. Abro esa puerta y se abre un paisaje rocoso y de mar, mar inmenso, oscuro verdoso. Se escuchan las olas, hay un precipicio, recuerdo sentir vértigo.

Estoy en Londres. No recuerdo por qué viajé, no sé si es que me mandaron del colegio o qué. Mi instalan en un hotel, me doy un baño de inmersión en una especie de jacuzzi.

Estamos con Igor en un castillo con varias torres. Estoy posada sobre una ventana y lo veo a él en la ventana de otra torre, en frente. Cargo con un pájaro grande y medio gordito. Realmente es enorme.

Estoy en una habitación con Igor, hay otras personas, pero no recuerdo quiénes. Hablo, y la habitación se va llenando de agua. Como si se inundara, pero no es eso, alguien de afuera tiene el control del agua que ingresa, no sé de dónde.

Estoy en un avión en el que solo hay azafatas mujeres. Algunas viajan conmigo en los asientos comunes, pero igual tienen su uniforme. Otras están enfrentadas, digamos que los asientos, hacia la mitad del avión, pasan a mirar hacia atrás; de esta manera hay dos sectores de asientos enfrentados.