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Yema con azúcar

Qué lindo es hacer algo prohibido cuando hay una mano que contiene.

El cucharón es de madera y es oscuro, más oscuro que los que hay en casa. La punta negra, en degradé se aclara pero no mucho, está rajado, está en uso cocinado, se desarma en gestos de amor. El cucharón es rico porque Mimí rasquetea la base de la olla y es una cremita, pero en verdad es yema con azúcar, en casa la yema está prohibida, en lo de Mimí se puede yema con azúcar. Mis piernas que no llegan al piso se revolean ante la yema con azúcar, corren livianas en el lugar, miro a Mimí con una mirada que en mi vida solamente voy a dedicarle a ella. Y a la yema con azúcar.

Qué lindo es hacer algo prohibido cuando hay una mano que contiene, y Mimí me acerca el cucharón y dice cuidado Solcito que está caliente, rico agrego, sí rico pero caliente. Y Mimí con una mano sostiene el cucharón y con la otra doblada en forma de cuenco protege y me acerca y yo soplá primero Solcito soplo y después me acerco al cucharón como un gatito mimoso y me acerco tanto hasta que mi boca es de yema con azúcar y mis piernas corren una maratón de aire abajo y es viernes y mañana no hay que ir al colegio y puedo estar toda la tarde comiendo yema con azúcar.

Las manos de Mimí son dos arañas pollito y en una tiene un cuerno al que le decimos zocotroco y a veces lo aprieta y el cuernito crece crece hasta que parece que está a punto de explotar. La cara de Mimí es un durazno, me pongo a horcajadas en Mimí y acaricio su cara hacia arriba y es suave pero no tanto como un peluche, es una pelusa de durazno y la nariz de Mimí es de gato y en las orejas Mimí lleva perlas y de pelo porta rulos naranjas que a veces ata en un rodete con broche con forma de pez. Y antes de salir, Mimí controla que tenga llaves, monedero y se pone promopio.

Mimí es elegante y tiene años muchísimos, pero usa tacos (taquitos) y tapados y medias largas en invierno y soleros en verano. Mimí me da la mano, me la suelta a veces. Frenamos en la avenida y me dice “Solcito, Solcito, me perdí” y yo “Es por acá, Mimí, tenemos que cruzar y después seguir hasta la plaza y ahí llegamos a lo de Georgette”. Mimí se desorienta a propósito para que yo aprenda sola a encontrar mi rumbo.

En casa tengo un libro de animales y cada vez que Tita me señala el puercoespín yo digo “Mimí”.

Mimí lleva puestas pulseras de plata todas iguales que hacen clang clang cuando va al balcón y descuelga la ropa, sábanas, corpiños, remeras, camisas de Luisito, corbatas de Tribunales, toallas, clang, clang, todo va a una palangana y yo tengo una misión que es ayudar a mi abuela puercoespín pero me quedo acurrucada tocando las hojas del lazo de amor y coqueteando con los pinches del aloe vera.

Mimí prepara un jugo casero de aloe que dice que es anticancerígeno anticolesterol antibiótico antitodo. Mimí le pide primero permiso a la hoja de aloe para sacarle un cachito y cuando la planta le contesta recién ahí saca un pedazo de la hoja y clang clang por el pasillo hasta la cocina con el aloe y yo correteo detrás para que Mimí no se me pierda de vista y en la cocina me siento en una silla de plástico naranja (tengo dos, una azul y otra naranja) y miro la magia. Mimí abre en dos la hoja de aloe y con su dedo de araña pollito saca la pulpa, la mete en un cacharro con aceite, azúcar, agua, vinagre y un chorrito de ron y después agarra un aparato que hace rrrrrrrrrrrr y todo se mezcla y el líquido es verde y Mimí dice acá tenemos la pócima, y pasa todo a un frasco de vidrio con tapa roja y lo mete en la heladera.

Mimí levanta una pata y la pone en la mesada de la cocina para mostrarme su elongación con orgullo. Yo la imito y pongo mi pata estirada en una silla a cuadrillé roja y blanca pero no llego a la punta de mi pie en cambio Mimí sí y nos reímos.

Mimí me hace rascadeta en la espalda con sus manos araña pollito y me dice Solci Solcito Cuqui. Mimí reza por mí y me enseña a rezar en una manera no convencional, porque Mimí a la religión la desarma y la vuelve a armar a su antojo. Y el teléfono de Mimí todavía me lo sé de memoria aunque ahora no me sirve porque Mimí ya no vive más en un lugar a donde la pueda llamar.

Si pudiera, la llamaría ahora, sábado, a las casi ocho de la noche, y le diría algunas cosas. Le diría que ayer la necesité mucho, a ella y a Tita. Y que ahora también. Y que entonces me puse a ver una entrevista que Almodóvar les hace a las actrices de Volver. Le contaría a Mimí dos partes de la entrevista que me gustaron. Una, cuando Almodóvar habla del personaje de Agustina en el centro del pasillo, que dice que ese personaje, en ese momento, totalmente a cargo de la situación, era “exactamente una mujer realizada, una mujer que está en el lugar que quiere estar, que adora estar en ese lugar y vivir ese momento”. La segunda, cuando hablan del personaje de Carmen Maura, “la fantasma”, y que Almodóvar empieza a preguntarle a cada una si a ellas les gustaría que se les apareciera alguien del pasado. Y escucho eso un viernes a la tarde (ayer) y me pregunto cómo hacer para convocarte a vos, Mimí, cómo invitarte a pasar a mi casa, servirte un té, budín de manzana (ahora hago budines) y resumirte en quince minutos qué fue de mi vida desde la última vez que nos vimos, en el 2012.

Pero Penélope Cruz dice que no funciona así, que no es cuestión de quererlo o de forzarlo, que las fantasmas se aparecen cuando quieren o no aparecen, que no se puede pedir ni impedir, y entonces hago fuerza para destrabar el nudito que hay en mí y te susurro que cuando quieras, vengas, que estoy acá, que te espero con un saquito de té puesto en la taza, por las dudas.

Viernes a la tarde (ayer) recibo a un grupo de amigas con las que charlamos de libros y a la noche me voy al San Martín a ver Boquitas pintadas, y ahí por segunda vez en el día me doy cita con Mimí. Nené es Mimí en versión Puig y Nené evoca también a Nineta, una prima de Mimí con voz metálica y pelirroja. Querida Nené querida Mabel querida Mimí querido Mamarracho, estoy viendo la puesta de Araiz y Schussheim de Puig pero en realidad estoy en recuerdos de cosas que no viví. Estoy Nené Nineta Mimí en la casa de la calle Ensenada, en el limonero mientras Mabel pide higos, estoy en la vereda con sangre, estoy en la línea A con vagones de madera yendo con Mimí a dar clase al profesorado de fachada color rosa. Estoy en una Buenos Aires ajena a mí, no estoy en Puig, estoy en la Buenos Aires de Puig, familiar y tan arcaica y siento que si me parara y bajara las escalinatas de la sala llena hasta la fila uno y estirara el índice, la puesta se desarmaría y aparecerían ya no Mabel, Nené, Juan Carlos, Celina, Pancho, la Raba. Aparecerían Mimí, Luisito, Tita, Nineta, Osvaldo, la Nona, Amelia, Ofelia, Pedro que hacía gimnasia en el parque Rivadavia y era viajante de comercio. No me paro pero hago fuerza y desconecto de la obra y en una escena está la adivina y le pido la baraja adecuada para que me llame o yo poder llamarla y contarle.

Vuelvo en el 12, es de noche y hace mucho frío, vuelvo encapuchada con una caperuza que interrumpe mi visión periférica, me bajo del 12 en el Botánico, camino por la avenida, doblo hacia la otra avenida y se me vienen palabras de Mimí, se viene pituco y bienudo, y tarareo pituco y bienudo hasta el primer piso y me siento frente al cuaderno.

Retomo hacia atrás unas páginas y hay una página escrita de color papel de calcar. Es tan tenue el gris que necesito agarrar los ojos uno con cada mano y desplazarlos hacia adelante, hasta tocar con las pestañas la curva de la letra para entender lo que dice digo.

una mujer que me quiere
me cuida
me regala un cuaderno
me sujeta
un cuaderno es un gran sostén de emocionalidad
es un regalo que insta paciencia proceso estrategia
(me cuesta, y sí, de ahí el regalo)

Leo más frases del cuaderno al azar:

un cuaderno es un ring en el cual puedo ir a las trompadas con cada una de mis palabras y no hacerle daño a ninguna de las personas que quiero y a las que me importa llegar sin ser vista

Y:

hay algo muy desaforado en mí que se vuelca en este “espacio dispensador de imaginación” (así reza el cuaderno)

Y:

Lo abro y escribo con un 2B que hace que las palabras entrecruzadas parezcan tramadas con tela de araña, con niebla, mordiendo un papel de calcar. Igual de endebles que las letras que ensayaba cuando iba en el asiento de atrás del Elantra 98 los días de lluvia de invierno, siempre domingo, siempre de lluvia, siempre encapuchada y temerosa del invierno, y con un pequeño dedo índice punteaba algunas de las ideas que desbordaban de mi existencia tan breve y tan vasta melancólica para una edad tan poca.

Y:

Escribo desde la cama y me da fiaca desarmar el nudo que soy de piernas y almohadas y alguna ropa que queda del día en el que me pongo ropa para creerme el cuentito que me narro cada noche, y qué pereza desarmarme y salir caminando hasta el otro ambiente y buscar un HB2 que acompañe con más firmeza las dos o tres palabras que tengo para decir.
Preguntas
¿Cómo una lengua puede herir tanto?

Sigo leyendo:

Me esperan en un cumpleaños. Dije que voy así que voy. Aunque me sienta desdibujada en H2, me visto de negro me pongo medias largas con corazones me pongo borcegos negros me pinto los labios de rojo y salgo y camino tres cuadras y llego a una avenida y paso un parque a mi derecha y sigo caminando hasta donde me esperan y la noche está bien anónima como me gusta y en un semáforo me rasco y algo se empieza a desprender de mí como una cascarita, como una capa de papel film que me envuelve invisible. Y cuando me doy cuenta quedo colgada de una percha en un semáforo.

Y un poco más:

Lame las articulaciones, muerde el corazón.

Leo lo escrito tan tenue y así de tenue me siento después del teatro y es la conciencia del paso de una granada por mi cuerpo que me dejó ahuecada a la altura del esternón. Un cenote continente de aguas que me calman y un nido de ausencias como arañas que me pellizcan con sus patas multiformes y me inyectan una angustia de domingo siete de la tarde.

Cierro el cuaderno y me caigo de sueño pero aún así me lavo la cara y me ducho sin cabeza y salgo con la piel manchada de rojo por el agua hirviendo con la que me baño. Fantaseo con la posibilidad de desenroscar mi cerebro e irme a dormir por una vez sin la capacidad de soñar. Cuando apago la luz, recuerdo uno de los vestidos que tiene puesto Maura en Volver y entiendo que lo quiero ver igual a los vestidos de entrecasa de Mimí que eran de un color tan verde con negro que me hacían imaginar kiwis. Pienso si esta noche Mimí va a venir a visitarme, y espero que si venga no me despierte porque me muero del susto. Tal vez venga y me mire o me haga rascadeta o me prepare yema con azúcar y me la alcance a la cama. O tal vez me dicte recuerdos e imágenes sagradas que al día siguiente refloten tanto en mí que no me quede otra que ponerlas por escrito mientras lloro frente dos tazas. Una llena, con té frío; la otra vacía, con un saquito de té seco y en espera.


About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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2 Comments

  1. ♥️ Bellísimo ♥️

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  2. Hermoso, amiga. Qué linda esa mirada infante donde lo importante es que es viernes y que hay yema con azúcar. ♥️

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