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Día 15. Escribí acerca de un perro que haya formado parte de tu vida (y aprendé a recordar en imágenes)

Estoy en el balcón francés de Vicky, es octubre y la primavera pisa fuerte. Los plátanos de la cuadra, los mismos que se veían desde las ventanas del colegio, están rabiosos de verde. Charla y chisme enfrían el café. Cautivas en este rectángulo aprisionante, Marlon obstruye el marco de la ventana. Sus ronquidos perrunos no son constantes, siguen un patrón que solo él conoce. Giro y su panza se hincha y hunde de a tandas, con las orejas estiradas en una mueca de sorpresa. Es el perro más vago que conozco, duerme con pasión.

El antebrazo se me enfría con el metal de la mesa y confirmo el placer de volver a usar remeras de manga corta. Hay un pájaro mudo que me mira fijo mientras unto la tostada; está en calma aunque la banda sonora que prevalece son los bocinazos de Thames y Charcas. Huelo café primaveral mezclado con vestigios de milanesas que Vicky comió al mediodía. Pienso que es domingo y que mañana madrugo, me gustaría tener la rutina de Marlon, centrada en la fiaca.

En una de esas, el perro se despierta y aparece bajo nuestros pies. Estoy sentada con la espalda bien derecha y los pies en punta porque me da terror lastimarlo. Les aúlla a dos palomas que juegan al dominó con ramitas, mientras Vicky lo acaricia. Marlon siempre me cayó simpático, es muy relajado, no está a dos veinte como otros canes que conozco. Es un gurú zen del mundo en cuatro patas: no salta, no corre, no rompe mi espacio personal. Con eso me conquistó hace años, y lo sabe.

Seguimos en este vaivén de charla, silencio, bocinazo y aullido hasta que se hace de noche. Nuestras palabras caen lentas hacia el pavimento luego de enredarse en los cables. Ayudo a mi amiga a entrar las tazas y agarro mi mochila que está en el living. En un arrebato de ternura, Marlon me sigue, frota su cara contra mi pierna y lanza dos ladridos graves de despedida. Vicky me acompaña abajo. Camino por Charcas hacia casa, mientras él se acomoda con esmero para su sexta siesta.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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