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Día 29. Escribí un párrafo de tu libro futuro

Aclaración: me desvié de la consigna. Ocupa más de un párrafo.

Me tienen posando. Si gano, no gano, gana mi dueña un año gratis de Netflix Premium. No paro de sudar. Me estiran el pelo, lo tiñeron de colores varios, catorce, quince con el mío de base. Soy una temática: unicornios. De manera metonímica, o metafórica, o por comparación, lo soy. Se supone. Me tatuaron una cresta en la espina dorsal. Incrustaron una protuberancia a mi frente.

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Día 28. Estás preparando una cápsula del tiempo para enterrar en el jardín. La van a desenterrar en 500 años. Escribí una carta explicando cómo es la vida hoy.

A quien lea esto en el 2519: estamos en 2019 y soy escéptica, aunque muchos crean que vamos hacia algo mejor. A la vez, descreo del fatalismo. Arde la biodiversidad. Lo tecnológico avanza y con ello retornan prácticas medievales como la tracción a sangre. Hay apps y memes a piacere. Todo pasa por Internet, dicen algunos. Disiento. Las personas se juntan a tomar café. Las parejas se besan y franelean hasta explotar. Se tocan. La gente cocina aún: el delivery nunca podrá reemplazar la comida casera. Internet sabe todo. Disiento. Casi todo. Google nos controla, sabe dónde estamos, a dónde vamos, qué compramos, qué comemos, qué leemos. Todavía no se entera de información de extrema importancia. Secretos, morbos, pasiones, pensamientos, perversiones, deseos, sueños. El Kindle no mató al libro.

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Día 27. Salí a dar una vuelta por el barrio y hacé un mapa de sonidos y olores

Recorro la manzana en dirección a las agujas del reloj. Los autos por J. se envalentonan como si no supieran que en la esquina los espera un semáforo. Frenadas y bufidos. Las máquinas protestan ante el resabio de pecado original: los conductores se creen dioses y desafían la velocidad permitida. Es invierno y hay olor a frío, la nariz busca un disparador, algo que le recuerde su razón de ser, su origen primigenio. No hay caso. Con las bajas temperaturas, los olores permanecen encapsulados, hibernan. Saldrán recién en primavera. A borbotones, nadie los podrá parar.

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Día 26. Escribí acerca de la ropa que estás usando ahora mismo, cómo cada prenda llegó a tu vida

Tengo puesto un pantalón gris de mi mamá. Me lo regaló ayer porque según ella, ya no le entra. Engordó dos kilos: “cuando las señoras crecen, les cuesta más bajar de peso”. Me quedó pintado. Es elastizado como me gustan, de un gris afelpado que sigue los movimientos, lo suficientemente formal como para ir a trabajar, aunque con el toque necesario de descontractura. Un hallazgo.

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Día 25. Escribí acerca de un tema del que no tenés idea. Inventá todo

El barrio Parque Chas está ubicado en la zona noroeste de la Ciudad de Buenos Aires. Su trazado y el origen de su nombre son una incógnita. Pocos conocen el por qué de su caprichoso diseño. La realidad es que en 1934, un arquitecto llamado Héctor Luminis, que vivía en la Avenida Triunvirato, salió una noche y se emborrachó. Volvía a su casa alrededor de las seis de la mañana, en completo zigzag, cuando tuvo la idea de planificar un barrio que fuese un laberinto. Una especie de Aleph anticipado, un centro escondido en Buenos Aires en el que confluyeran sus ciudades preferidas del mundo, Londres, Berlín y Dublín. Encontrar este Aleph debería ser difícil: solo las personas de bien podrían llegar a su mismo centro. Los de intenciones malévolas se verían desconcertados por las curvas centrífugas de las calles, que tienen la capacidad de fagocitar a todo aquel que entra desprevenido y con mala espina.

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Día 24. Escribile a alguien que ya no está

Querida Adriana R.:

El día que dijiste basta, estudiaba para el final de Griego. Me acuerdo de estar en mi escritorio, con la pila de apuntes, el diccionario y la lista de textos conocidos. Pleno invierno, veintipico de julio, soleado, el calorcito entraba por la ventana, afuera hacía frío. Estaba con remera de manga larga y mi chaleco de entrecasa. Me sonó el celular y era Chuli, hace años que no hablaba con ella. Me cuenta que ya está, que te habías muerto. Lo esperaba y a la vez no sabía cuánto me iba a pesar tu retirada. Corté y abrí el mail de Hotmail, donde me llegan aún los mails del colegio: ahí estaba el aviso oficial. Se había terminado tu horrible enfermedad, misa mañana, duelo, dolor.

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Día 23. Cómo te parecés a tu mamá

En muchas situaciones, soy como mamá. A mi viejo lo reto cuando habla por celular en la calle (te podés caer) y le pregunto “qué estás tomando”, con el mismo tono materno, cuando veo que agarra algo de la caja de los remedios de su casa. Nos parecemos en que nos gusta desayunar en pijama y usamos medias con ojotas. Uso frases suyas, como que los días de sol la gente sale a pastorear o que a veces la calle Corrientes es una romería. Tenemos gustos parecidos: cuando era joven, a ella también le gustaba que le hicieran mimitos en la cabeza y que le rasquetearan la espalda. Camino igual que mamá (rápido, escapando no sé de qué) y tengo la misma proporción de picardía en la sangre que ella. Entro en pánico cada vez que un alumno se hamaca, porque siento que se puede abrir la cabeza.

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Día 21. Estas son mis raíces

La consigna dice que tengo que escribir esto en un papel lindo, guardarlo en un sobre y ponerle una fecha, para abrirlo cuando crea que pueda necesitarlo. Me gustaría poner una fecha un tanto lejana, de acá a cinco o diez años, y ver qué pasa, dónde estoy en ese momento, si sigo en Buenos Aires, si tengo hijos, si qué. Mis raíces me retienen y a la vez me impulsan a dispararme lejos, bien lejos. Son calles y sensaciones, algunos rostros y la lengua, la mía que, como dice Andruetto, es mía y no sólo mía. Ayacucho, el queso en fetas de Celentano, los barrios como el Palermo de Carriego que narra Borges, los trabalenguas de Mimí y su frustración con mi torpeza al subir el tobogán, María Elena Walsh, tener el título bajo el brazo, eso es lo que importa, no te asustes con las zozobras económicas que acá siempre vivimos en crisis. El ladrillo de la pared del colegio en el banco donde me sentaba en 5to año, en el cruce de Thames y Guatemala, mirando periféricamente el edificio asimétrico de enfrente con las parejas que hacían el amor a escondidas, y el vendedor de helados atornillado en la esquina desde las cuatro y veinte. Esa sonrisa, nunca la pierdas, eso me lo dijo Luisito, y me sostiene en pie hasta hoy.

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