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Día 17. Escribí acerca de algo que no te gusta hacer

Hacer arte con los alimentos: no me sale y hasta ahora nunca me interesó aprender. Una plaga de nervios me acosa si intento acercarme a una receta más o menos elaborada. Dicen que cocinar relaja. No es mi caso. Comprendo el valor simbólico de nutrir, el gesto de la transmisión de un tesoro subjetivo, la ofrenda, el pasaje de amor y de un legado. No hay caso. A ese club no pertenezco. Me está vedado. Me perdí el pasadizo secreto que hace la entrada a ese mundo mucho más amena y no sé por dónde empezar a buscarlo.

Cocino por supervivencia, sin pasión ni sabor. No sé cómo calcular “pizcas” ni medidas “a ojo”. Tampoco soy habilidosa en seguir recetas: mis creaciones suelen quedar opuestas a lo que indican las fotos ilustrativas. La raíz de mi aprehensión viene de lejos. En mi niñez, mis referentes adultos me inculcaron pasión por muchas actividades, jamás por la cocina. Esta siempre fue una obligación, un acto de de supervivencia y nutrición, nunca un placer. En mi familia ven la comida en tanto compuesto químico. Cada ingrediente sometido a una despiadada radiografía para conocer sus componentes íntimos y su efecto en la salud. En este análisis se descartan la dicha, la felicidad, los instantes pícaros.

Cocinar me frustra, me contractura y me eyecta al malhumor. No manejo condimentos, ni puedo jugar con temperaturas o temporalidades. Mis mezclas siempre salen desproporcionadas y tiendo a quemar todo cuanto pongo en el horno. Ahora convivo con alguien que ama cocinar y comer. Revierto de a poco el concepto que tengo de la comida. Descubro un mundo, el mundo del placer al sentarse a comer. Aún no encontré la piedra de toque que me envista de las ganas de aprender a cocinar, de esa cierta predisposición que hay que tener. No sé si algún día lograré encontrarla. Si no sucede, tampoco me preocupa. Me costaría verme en ese rol: una cocina es para mí un territorio amenazante, en el que ollas, frascos de ingredientes indistinguibles y cuchillos de diverso tamaño y color son seres entrenados para derrotarme. Tal vez algún día el hechizo se revierta, y con paciencia y trabajo pueda encontrarle el gusto. Por ahora, sigo esquivando las cocinas como quien evita los charcos un día de lluvia porque no tiene calzado apropiado.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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