Marina alquiló una casa para hacer una fiesta en una ciudad uruguaya llamada Cocaína. Para entrar al país, es necesario acreditar alojamiento. Había pensado reservar un Airbnb, pero Manu me dijo que en el hostel donde se queda sobran camas. Ella ya está ahí, así que me reserva un lugar en su habitación.
Para llegar a Cocaína hay que tomar el subte. Me bajo en una estación similar a Pueyrredón o Tribunales de la línea D, la plataforma está en el centro y los subtes circulan a los costados. Acá ya hay clima festivo: las personas aspiran sustancias y van vestidas con ropas de colores estridentes. Mucho glitter, lentejuelas y baile. Emerjo de la estación por una rampa de tierra y llego a la casa de la fiesta. Entro por una rejita de hierro medio abierta y veo que, pegada a la casa que tiembla por las vibraciones de la música, está el hostel. Voy hasta la habitación de Manu. Me mira tentada y me dice que no pudo reservar porque se equivocó, al final no quedaban lugares libres. Me enojo frente a un espejo, el delineador se me va corriendo de los ojos. Detesto esto, ya estaba maquillada para la fiesta y ahora me tengo que ir a buscar un hostel porque no tengo dónde dormir. El dueño del establecimiento entra y me dice, atajándose, que ni se me ocurra dormir en el pasillo, que eso no está habilitado. Tengo la horrible certeza de que tendría que haberme ocupado yo del tema, que esto podría haberse evitado si reservaba el Airbnb.
Salgo del hostel/casa en busca de un alojamiento. La calle está desierta. En una de esas pasa un taxi y me subo. Es un auto de alta gama, el conductor maneja demasiado rápido. Vamos a más de ciento veinte, estoy en una montaña rusa. Le digo que busco un hostel, el paisaje cambia y ya no estamos en Cocaína. Me explica que son las afueras de París. Veo rascacielos, luces, una monstruosa ciudad tecnológica se esparce por todos lados. Después de varias curvas endiabladas por autopistas diseñadas por alguien decididamente borracho, llegamos a un hostel. Hay un grupo de chicos y chicas que hablan francés en la entrada y visten ropas de esquí. Le digo al chófer que este alojamiento no me sirve, está muy lejos de Cocaína y que además solo necesito algo por una noche. Un chico y una chica se acercan a hablarme. En ese instante suena el teléfono de mi casa e interrumpe el sueño.

About the author Soledad Arienza
Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.
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31 julio, 2024
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