Mis pesadillas suelen girar en torno a una misma sensación: lo irrecuperable. Tienden a estar relacionadas con la pérdida de partes del cuerpo, y siempre prevalece en ellas la certeza de lo irreversible. De ahí el placer que siento cuando me despierto, toco la parte afectada, y compruebo que todo está en su lugar.
Los dientes son los personajes por excelencia a ser perdidos en sueños, ya que penden frágiles de las encías, sin más custodia que un fino par de labios poco confiables (a la menor cosquilla, se abren en dos). Dientes grandes en boca chica significan amplias ganas de escapar de ese antro oscuro, húmedo y poco espacioso para explorar otras realidades. Es por eso que en sueños mis dientes se desprenden y huyen. Al estar entre sábanas, presiento que su destete es irrecuperable y lo vivo con fervorosa angustia.
Otra vez soñé que se me escurría parte del pelo. Así como quien no quiere la cosa, me daba vuelta y mi cabello era unos cuantos centímetros más cortos. Busqué el faltante debajo de la cama, en la bañadera, en el tacho de basura, en el lavarropas y hasta en la heladera. No hubo caso. Lloré y me agarré la melena que me quedaba puesta hasta que mi yo de la vigilia vino a buscarme para despertar. Salí por entre los párpados cerrados de mi versión durmiente y palpé el cuero cabelludo: el pelo abundaba y estaba incluso más largo que la noche anterior. Suspiré, dejé de llorar y me acomodé en la almohada. Hundí mi descanso hasta tener que despertar para la próxima pesadilla.

About the author Soledad Arienza
Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.
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31 julio, 2024
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