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Día 9. Escribí acerca de la primera vez que viste a una persona de la que te enamoraste

La primera vez fue por Whatsapp. Mariano te pidió que le trajeras un pantalón y te indicó cuál por videollamada. Escuché tu español poco masticado y me caíste simpático. Eras solo un tano, el tano con el que Mariano se había encontrado en Salta y al que ahora hospedaba por unos días en Buenos Aires.

Llegaste y bajamos. Tu barba enorme me distrajo demasiado. Mariano se cambiaba el pantalón en plena calle mientras nos decíamos las frases titiritescas que marca el protocolo. Al pasar el Botánico, hablamos de Manzoni y de otros autores italianos. No podía dejar de imaginar cuánto calor tendrías con la remera negra de manga larga una noche de febrero.

En la mesa, nos miramos por primera vez cuando Mariano buscó la comida. Nuestros icebergs estaban conversando, discretos. Subió y la escena adquirió una cadencia vertiginosa. Nos volvimos dicharacheros e incluso jugamos a las fotos. Una salió con efecto Hulk porque la iluminación del local era verde.

Salimos y no hubo magia. Caminamos por Malabia y en la intersección con Charcas hablaste de Física y Matemática. Yo ya estaba con fiaca y escuchaba con los codos. En Scalabrini nos despedimos.

Me quedé con una curiosidad poco ansiosa. Sabía que nunca nos volveríamos a ver. Qué suerte que las certezas son frágiles y se desarman con simpleza.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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