Mamá me regala un gato gordo, gris, con motas blancas en las patas. Lo guardo en mi mochila. Pasa el día y me doy cuenta de que tuve todo el día al gato encerrado, sin alimento, agua ni aire. Capaz tuvo ganas de hacer pis, no pudo, y su rugosa pequeña vejiga está por explotar.
Busco veterinarias en Google Maps: quiero comprar las piedras, recipientes para la comida, cucha y rascador. El veterinario de un barrio histórico me dice que las piedras no me convienen, que es mejor educar al gato para que pida ir al balcón y mee afuera. Le hago caso. Sólo compro una casita. De vuelta del periplo, en el living, saco al felino de mi mochila. Ya no es un gato, es un conejo. Gris con motas. Un conejo que habla.
About the author Soledad Arienza
Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.
Captar la ausencia: una hipótesis
EP12: El encuentro
EP11: La literatura y el agua