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Nuestro invento

Esa noche de julio se cortó la luz durante una hora. Con Igor prendimos una vela y la pegamos a la base de un frasco de mermelada vacío. La combinación devino adorno chic, de esos que ponen en los restaurantes de ahora, salvo que el nuestro tenía la etiqueta y nos daba fiaca sacarla para darle un tono más cool.

La llama alargada con la sombra alrededor y el degradé de luz a oscuridad me transportaron a los fogones de los campamentos. La misma escena en miniatura. Voces frente al fuego, el origen de toda narración. La calcada sensación de calor en la cara, la piel tirante que explota con la potencia cálida, las ondas que bailan, Esteban cantando la canción de la ballena y Juan la del tiburón. Todo eso fue hace veinte años, ahora estoy con Igor en la mesa y su cara en sombras. Nuestra llama se mueve al ritmo de la respiración que tiramos en la mesa, se agita y se queda quieta, forma una guarda troquelada sobre la madera, un grabado caleidoscópico.

Cuando vuelve la luz, no nos empapa, nos damos cuenta porque de reojo vemos que se avivan los veladores de la habitación. No prendo, quiero quedarme así a oscuras con el fuego. Hipnotizados, a contrapelo del frenesí lumínico de cada día, detenidos en una visita al pasado, acariciando lugares remotos a los que hace años no volvíamos. Me abismo a los recuerdos: un incendio interno, una chispa prendió en el nervio de la memoria y la catarata es imparable. Las imágenes pasan en un carrusel de diapositivas, fugaces y constantes, rostros, Celina, María la española y Emily, otras personas que no me visitan hace tiempo. Vuelven. Desmaquilladas por haber estado tan almacenadas. Retornan como pueden, se desempolvan entre las sábanas, con lagañas en los costados de los tímpanos, sacuden su sueño igual que cuando nos despierta el teléfono en el medio de la madrugada.

Soplo la vela. La oscuridad trompea. Nos regalo unos segundos más de paréntesis. Prendo y el artificio ahuyenta los restos. Vuelven al baúl, a la parte de atrás, a dormir a dormir a la zona de recuerdos hasta que otra catástrofe cotidiana inesperada los convoque de nuevo.

About the author Soledad Arienza

Me fascinan las cúpulas de Buenos Aires y el hall del Teatro San Martín. Siento predilección por algunas estaciones de la línea A. Me gusta el verano. Amo la papelería, en general, y los cuadernos y libretas, en particular.

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