La consigna dice que tengo que escribir esto en un papel lindo, guardarlo en un sobre y ponerle una fecha, para abrirlo cuando crea que pueda necesitarlo. Me gustaría poner una fecha un tanto lejana, de acá a cinco o diez años, y ver qué pasa, dónde estoy en ese momento, si sigo en Buenos Aires, si tengo hijos, si qué. Mis raíces me retienen y a la vez me impulsan a dispararme lejos, bien lejos. Son calles y sensaciones, algunos rostros y la lengua, la mía que, como dice Andruetto, es mía y no sólo mía. Ayacucho, el queso en fetas de Celentano, los barrios como el Palermo de Carriego que narra Borges, los trabalenguas de Mimí y su frustración con mi torpeza al subir el tobogán, María Elena Walsh, tener el título bajo el brazo, eso es lo que importa, no te asustes con las zozobras económicas que acá siempre vivimos en crisis. El ladrillo de la pared del colegio en el banco donde me sentaba en 5to año, en el cruce de Thames y Guatemala, mirando periféricamente el edificio asimétrico de enfrente con las parejas que hacían el amor a escondidas, y el vendedor de helados atornillado en la esquina desde las cuatro y veinte. Esa sonrisa, nunca la pierdas, eso me lo dijo Luisito, y me sostiene en pie hasta hoy.
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